sábado, 18 de junio de 2016


Una Foto: Lady In The Water, de Toni Frissell (1947)

 

Pensemos: ¿somos conscientes de nuestra fortuna?

El otro día, sin ir más lejos, una amiga se hizo a si misma siete fotos seguidas con el fin de observarse el nuevo corte de pelo. Monísima, sí. Pero ¿qué iba a hacer después con las siete? Borrarlas, claro. Dudo que guardara alguna.

Os imagináis, por un instante, lo que pudo sentir nuestro ta-ta-ta-…..tarabuelo, la primera vez que pudo contemplar el mar. <<Virgen santísima… >>, exclamaría. <<Jamás…jamás pensé que…>>. Y se guardaría esa visión para el resto de su vida.

Una tarde, él y su amigo, sentados ambos ante un vaso de vino en el Madrid de Los Austrias,  conversarían: <<¿Te imaginas… te imaginas que pudiésemos guardar aquello que ven nuestros ojos, y volver a contemplarlo cuando quisiéramos ¿No sería maravilloso?>>. Su amigo, le miraría por un instante, frunciría el ceño, y no sin sorna le respondería: <<Anda, deja de decir estupideces, y sigue bebiendo, que ya estas trompa…>>. Sin embargo, ese nuestro abuelo lejano, el trompa, murmuraría para si: ¿Pero y si fuese posible? ¿Y si pudiese volver a ver el mar, como cuando lo vi de niño? ¿Y… y si pudiese volver a verla a ella? Ya casi no recuerdo su rostro…  Entonces, él, nuestro ta-ta-ta-… tarabuelo se sonreiría por un momento, negaría con la cabeza, y sorbería una vez más del vaso de tinto, junto a su amigo, en una tasca del madrileño barrio de Los Austrias, sin oportunidad de presentir que al día siguiente las tropas napoleónicas cruzarían los Pirineos.

Conservar la imagen que ahora ven nuestros ojos. Qué entelequia entonces. Cuán banal ahora.

Cuando Antoniette Frissell disparó su cámara, allá por 1947, no nos transmitió un recuerdo, sino un sentimiento; una emoción. La imagen como arte.

Las siete de mi amiga fueron pura displicencia.

Durante años he observado esa fotografía pensando, imaginando: ¿Está muerta? ¿O sólo se deja llevar por la corriente? ¿Y cómo ejecutaron la instantánea? ¿Se sumergieron con la cámara? Qué fascinante…

Sabes… por las mañanas, nado durante cuarenta y cinco minutos antes de ir a trabajar. Al principio, recuerdo, contaba los largos; con el tiempo pasé a sólo numerar brazadas. Ahora ya no. Ahora simplemente me dejo llevar, relajado, como la mujer suspendida de la foto. Nado, fundiéndome con el agua. Nado, semiinconsciente, hasta acabar por desvanecerme, como si de un ejercicio de yoga se tratara. Nado, persiguiendo sirenas imaginarias.

Cuánta fue mi decepción cuando, una tarde de sábado, hojeando libros en una conocida tienda de la Gran Vía madrileña, me encontré con ella, con Lady In The Water.  La hallé impresa en un elegante tomo de páginas papel cuché. Ahí fue que pude leer cómo y dónde Antoniette había realizado la instantánea. Resultó que aquello era un parque de atracciones acuático (mierda…), allá en Florida: Weeki Wachee Spring. No era una playa, ni una laguna perdida. Era sólo y simplemente una piscina con ventanales sumergidos,  donde el púbico aplaude con la boca llena de palomitas, la coreografía de unas sílfides sumergidas. Bah. Mi sirena era de balde, qué le íbamos a hacer.

Los ingleses, a las sirenas, también las denominan Mermaid, lo que viene a significarlas como Las damas del mar. Existe un hermoso óleo de los tiempos de la Inglaterra victoriana, obra de alguien llamado John William Waterhouse (quien no podía apellidarse de otra manera, claro).

 

Si observas el cuadro de John William, además de a la dama del mar aderezándose el cabello, adivinarás un arco que surge de las aguas. En él reconozco Étretat. Sin duda son los acantilados de Étretat. Aquellos que retrató Monet una y otra vez. Aquellos que descubrí en un libro, siendo niño, y que me sirvió de inspiración para uno de mis primeros relatos. El Divino Juego, se llamaba.

 

Pensemos de nuevo: ¿somos conscientes de nuestra fortuna?

Nuestro antepasado, sentado en aquella tasca madrileña, a principios del siglo decimonono, continuaría cavilando mientras acariciaba con el dedo el borde de su vaso de vino, ya vacío. <<Tampoco recuerdo su voz…>>, se lamentó. <<Qué bueno sería haber podido  guardar también el sonido de sus palabras, y volver a escucharlas una y otra vez cuando me dijo que…>>. Su amigo hacia rato que se había marchado, el sol había caído, y por la ventana sólo se veía una estrecha calle regada de sombras. <<Ponme otro vino, Mariano…>>.

Conservar el sonido que una vez escuchamos. Qué afortunados somos, y no lo sabemos.

Cualquiera de aquella época, acaso sólo una vez en la vida, podría escuchar un violín o un piano interpretando una pieza de Mozart. Yo, en cambio,  esta mañana me he levantado, y bajo el agua tibia de la ducha, escuchaba a von Karajan dirigir la 5ª de Mahler. Porque sí; porque me apetecía en ese momento...

Podemos guardar palabras, podemos conservar la música; somos muy afortunados por ello.

Ahora, por ejemplo, cabe pinchar los links que te ofrezco, y escuchar una música deliciosa:

1.       THE HIGH LLAMAS – Talahomi Way


Puedes escuchar Talahomi Way en este link:

The High Llamas es hablar de Sean O’Hagan, ex componente de Microdisney (grupo que, dicha sea la verdad, lo mejor que tiene es el nombre). A principio de los 90’, Sean inició sus grabaciones en solitario. E inspirado sin duda por la música de Brian Wilson y su inacabado Smile (el disco que debería haber sido la continuación del Pet Sounds), confeccionó un sonido particularísimo que alcanzó su punto álgido en 1996 con el álbum Hawaii (obra muy, muy recomendable).

Sin embargo, habiendo de elegir una canción de toda su discografía, sin duda me quedo con Talahomi Way, del disco homónimo de 2011. Es sencillamente una canción preciosa, con apenas unos segundos de parte vocal, y los tres minutos restantes dedicados a reinterpretar una y otra vez el leitmotiv de la composición, impulsado por una línea de bajo que procuro intensificar en mi equipo de música cuando pongo la canción.

Bravo.

2.       YANI MARTINELLI – Early Bird


Puedes escuchar Early Bird en este link:

Si bien a Sean O’Hagan lo he descrito como discípulo de Brian Wilson, la música de Yani Martinelli brota de las fuentes de The High Llamas (al punto de colaborar juntos  en algunas canciones).

A Yani la descubrí en una pequeña sala de conciertos de Madrid, teloneando a Wild Honey (que son a quienes había ido a ver actuar aquella noche). La chica apareció asida a su guitarra acústica, y acompañada  por su amiga, quien daba palmas y hacía los coros. Yo, y todos los presentes nos quedamos asombrados por la voz de Yani, y por las melodiosas canciones que nos ofreció. Aplaudimos como locos.

Acabado el concierto, me acerqué, la felicité, y ella me indicó que podría conseguir sus canciones en Bandcamp, pues por ahí las andaban colgadas.

Vale; pues eso hice.

3.       MÓNICA DA SILVA – Aí Entäo

 

Puedes escuchar Aí Entäo en este link:

Es sencillo. Tomas una caja de ritmos; una guitarra española, y pones a una chica de voz candorosa a cantar con dicción brasileira. ¿Suficiente? No. Necesitas una dulce melodía. Lo metes todo en la coctelera, agitas, y lo sirves con unos hielos y una pajita. Fantástico. Mónica Da Silva ‘on the rocks’.

Sírvase a la luz del sol, junto a la piscina.
 
4.       CAMERA OBSCURA – Lloyd, I'm Ready To Be Heartbroken

 

Puedes escuchar Lloyd, I'm Ready To Be Heartbroken en este link:

Hace unas semanas, había sacado entradas para ir a otro concierto, al de Belle & Sebastian, nada menos que los precursores de la corriente independiente europea durante las últimas décadas. Me apetecía mucho verlos en directo, pues había ido reuniendo sus discos últimamente, y son estupendos. Pero, mala suerte, Stuart Murdoch cayó enfermo y se suspendió la actuación. Cambié las entradas por otras, para ver a Brian Adams. Cosas que pasan.

Camera Obscura es la fotocopia de Belle & Sebastian. Comparten música y ciudad, pues también son de Glasgow. Yo los descubrí una tarde, revisando el sello Elefant Records, del que ya os hablé en un anterior post.

Esta sola canción, vale más que cualquiera que escuches hoy, si encendieras la radio durante las próximas horas.


Esta otra pintura, que data de 1896, también de John Williams Waterhouse, se titula Hilas y las ninfas.

Hilas, el argonauta que fue raptado por las náyades a causa de su belleza… Por fuerza me vienen a las mientes el relato de Becquer, Los Ojos Verdes, en los que el incauto cae presa de unos ojos verdes, verdes como el musgo; ojos en el fondo de un arroyo, allá en lo profundo del bosque; arroyo al que cayó para ya nunca jamás regresar (si alguien no lo ha leído, sinceramente, que me disculpe por el spoiler).

Un final del verano, más bien un comienzo de octubre, acompañado por una tabla de surf en asiento de al lado, tomé mi coche, y recorrí la costa atlántica francesa hasta llegar a Étretat. Fue el cumplir un sueño, que me debía desde adolescente.

EL DIVINO JUEGO (1ª Parte)

   Imagina por un instante, Laura, que no hubieras nacido aún. ¿Dónde estás? Estás "allá arriba", en Su presencia. Entonces, Él, Dios, te diría: <<Y bien, Laura, ¿te has decidido ya?>>.

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   Hay quienes se cuestionan por el sexo de los ángeles. ¿Un alma es "él" o es "ella"? Hacerse absurdas preguntas a veces tiene su encanto. Así, cuando Él te llama "Laura", se entiende que te ha otorgado la feminidad y queda pues resuelto el dilema. De no haber sido así, qué esperanzas quedarían a esos amantes que, en puertas de una muerte segura, prometen encontrarse nueva­mente  si él ya no es "él" y ella deja de ser "ella" ¡Ja! Ryan O'Neal llora la muerte de Ali McGraw; pero Él te llama "Laura" y, por tanto, Ali sigue siendo "ella" y Ryan no cae en un absurdo mayor que el mío (por escribir esto) cuando guarda la esperanza de volverse a reunir con "ella".

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   <<Y bien, Laura, ¿te has decidido ya? ¿Has hecho tu elec­ción?>>.

   <<No sé... no sé aún. Es una decisión que cuesta tanto tomar. ¡Mi futuro depende de ello! Pudiera elegir un cuerpo "NORMAL", intranscendente, de los que no desagradan pero que tampoco resultan bellos y atractivos. Cabría que eligiera una inteligencia "NORMAL", de tal manera que no fuese muy torpe... pero tampoco muy lista, no. Y también pudiera inclinarme por nacer en el seno de una familia "NORMAL", ni buena ni mala, sencillamente como las demás. Optar por una vida "NORMAL", sin sobresaltos: nacería, crecería; reír, llorar; trabajaría, me enamoraría, crecería más... moriría. Con la elección "NORMAL" no ocurriría nada trascendente en mi vida. Sin desgra­cias, pero también sin fortuna>>.

   <<Mmh. Puedes observar que la mayoría de las almas se inclinan por la elección "NORMAL". Pero también sabes, Laura, que hay otras almas, que no son pocas, que deciden probar fortuna y "jugarse" su vida terrena. ¿Aceptas el "juego" u optas por la seguridad que ofrece la "NORMALIDAD"?>>.

   Laura duda. Laura sabe del riesgo. Lo fácil es llevar una vida "NORMAL", sin complicaciones. Pero el juego es también tentador. ¡Jugar tu vida! ¡Felicidad o desgracia en manos del azar! Puedes ganar. Pero ¡oh!... si la fortuna te es esquiva.

   Son muchas bazas las de la partida.

   Apuestas tu cuerpo. Excelso si vences; infame si pierdes. Puedes ganar la mayor beatitud, o cargar de por vida con la fealdad. (No va más... 26... negro, par...).

   Te juegas tu capacidad intelectual, recayendo la suerte en posiciones extremas: genio o imbécil. (La mesa escalera de color. ¿Sus cartas?).

   ¿Y dónde nacer? Qué importante el afecto, la educación... el entorno en definitiva, para el desarrollo de una correcta vida terrena. (... 13... 21... ¿Se ha cantado línea?).

   En el "juego" has de realizar envites con todos tus futuros parámetros. Y los resultados se inscribirán en el "Libro De La Vida", de donde "casua­lidad" y "destino" tomarán debida nota para así después guiarte.

   Laura sabe de Brian, el alma que la precedía, el cual se arriesgó... ¡y ganó varias partidas!: nacería en Dublín, en una adinerada y afable familia; guapo, muy guapo. ¡Ay!... lástima de esa última partida que perdió: Brian será retrasado mental. Una verdadera lástima lo de ese virus para cuando su gestación... (¡Cero! Gana la banca).

   Por un instante, la atención de Laura se desvía hacia el conato de escándalo que se ha producido, como siempre, en "la Mesa del Averno", de la cual salen los grandes triunfadores de la vida, pero también lo peor y más rastrero que la existencia pueda ofrecer. Ella observa como alguien se revuelve hacia el "cornudo" caballero, ángel caído, que dirige el juego y las apuestas. Se le acusa de tramposo y de llevar siempre las cartas marcadas. Usurero de almas.

   <<Laura, querida, ¿te decides ya? Que hay infinitas almas esperando>>.

   <<Sí; creo que ya me he decidido. Elijo...>>

?

 

Volviendo a la música, ¿dónde estábamos…? Ah, sí, ya recuerdo…

5.       SILVER SWANS – Around You

 

Puedes escuchar Around You en este link:

Giré las llaves y arranqué el coche. Aún no había amanecido. Un pincho, una tabla para olas grande, yacía tumbada en el asiento de al lado. Tenía por delante unos mil ochocientos kilómetros hasta llegar a Étetat. Una vez el motor se puso en marcha, se activó el i-pod, y comenzó a sonar esta canción. Los altavoces del coche reverberaron hasta la distorsión con los potentes bajos de la canción. Y el instante se me quedó grabado para siempre (como a mi ta-ta-ta…tarabuelo). Sonreí. El viaje empezaba con buen pie.

Melómano empedernido.

6.       INTÓXICOS – Toni Dag

 

Puedes escuchar Toni Dag en este link:

El problema de tener un montón de álbumes de música surf instrumental, es que, al final, todos suenan igual; son los mismos tres acordes, valga la frase hecha, ya sea un guitarreo del mismísimo Dick Dale, un revival de los setenta, o los mexicanos Coronas y ándale. Al final, lo que hago es escogerme cinco o seis de mis sintonías surf favoritas, como el Kahanamoku Kick de los Navahodads, y ya está.

Mas, de vez en cuando cae en mis manos algo refrescante. Los Intóxicos, es un grupo brasileño, que, aparte de soportar los mismos tres acordes del género, posee una guitarra solista que sube y baja por las escalas como en una montaña rusa. Son buenos.

Por cierto, si os preguntáis que por qué llevo mis tablas en el asiento del copiloto, es por lo que me sucedió tiempo ha, un verano por Galicia. Llevaba amarradas mis tablas a la baca del coche cuando, subiendo un puerto, con el viento, mi short de Peter Daniels se escurrió de los amarres, y no organicé una pequeña catástrofe en la autovía… pues porque Dios no quiso. Cosas que pasan.

7.       THE BASIC – Call It Rhythm and Blues.

 

Puedes escuchar Call It Rhythm and Blues en este link:

The Basic, es un grupo australiano que suena como los potentísimos  y primigenios Beatles: los enpastillados Beatles de los garitos de Hamburgo que nos representó en la película Backbeat. Si no has visto la peli, ni escuchado la banda sonora, te has perdido algo grande.

Tras San Juan de Luz, hice noche en Biarritz, en un precioso caserón que tuvo sus mejores tiempos allá, cuando la alta sociedad española del siglo pasado disfrutaba sus vacaciones por estos lares. A pesar de mi evidente carácter flemático, lo que justifica me resulte placentero viajar sin compañía, ocurrió que en el asiento de al lado (bajo la tabla), encuentro algunos cabellos de la chica a la que invité al concierto de Burt Bacharach.

8.       BLACK MARKET – Don’t Talk

 

Puedes escuchar Don’t Talk en este link:

Tremendo. Con eso de que es el 50 aniversario del Pet Sounds, están saliendo versiones por doquier. Sin embargo, lo que ha hecho este grupo: Black Market , es una genialidad. Han cogido las pistas que puedes encontrar en el Pet Sounds Sessions, y las han remezclado para crear algo completamente nuevo y que me ha encantado. En especial lo que han hecho con esta canción. Para quitarse el sombrero.

 

Llegué a un precioso hotel en Étretat, el Dormy House, ya de madrugada, tras perderme una y otra vez por las laberínticas carreteras de esa zona  Normanda. Dejé el equipaje en la habitación y me bajé a la playa, que no es de arena, sino de cantos pulidos como los de un río de montaña. Al llegar cada ola, el agua se filtra entre las piedras de la orilla dando lugar a un sonido único, que no he escuchado en ninguna otra playa del mundo. Activé la grabadora del teléfono, y registré varios minutos del batir de las olas, así como el chispeante final del agua bajo las piedras. ¿Qué pensaría mi antecesor de aquello?

En ese momento apenas pude adivinar los acantilados, dada la negritud de aquella noche.

Me acosté dejando las dos ventanas abiertas, una frente a mi cama, y otra a mi derecha. Por eso, cuando amaneció, me incorporé sobre la almohada, y ante mí, como si la ventana fuese el marco de un lienzo, cielos…, observé el paisaje de mis anhelos: los acantilados de Étretat. Qué gran momento.

No lo fotografié, por supuesto. Quedó para siempre grabado en mi memoria, como quizá ocurrió en la de mi ta-ta-ta… tarabuelo.

 

EL DIVINO JUEGO (2ª Parte)

   Virtuales son los senderos del cielo. Caminos sin origen ni destino, por los que Laura pasea en espera del momento de "bajar" y "nacer", pues ella tomó finalmente su decisión. Es entonces que se detiene y observa como una figura se acerca por el horizonte, definiéndose su contorno, sus rasgos poco después, una vez que se aproxima. Allí los pasos son silenciosos; las palabras también. Son las miradas las que hablan.

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   Si durante nuestra vida supiéramos siempre comprender el significado de una mirada, cuantas palabras desdeñables (por superfluas) nos ahorraríamos. Además, los labios a veces mienten; los ojos no.

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   Cuando nos encontramos ante un extraño, hay ocasiones en que tenemos la sensación de que no lo es tanto. Y cuando Laura y el extraño se encontra­ron, les bastó una mirada para así entenderlo.

   De igual forma, con el lenguaje sólo propio de los ojos, establecieron su diálogo

   <<¿Has jugado?>>, inquiere ella, <<¿Realizaste ya tu elec­ción?>>.

   El extraño que no lo es tanto baja y luego levanta la mirada para responder: <<No. Acabo de llegar, acabo de morir, y vuelvo para jugar otra vez. ¿Y tú, lo hiciste?>>.

   Laura da un "sí", escueto, con una punzada de sus pupilas. Pero de inmediato vuelve a preguntar

   <<¿Dónde has estado? ¿Dónde has vivido? ¿Quién fuiste? ¿Quién eres?>>.

    Aquel extraño que no lo es tanto estaba presto a respon­der, pero sus palabras quedaron no más allá de sus párpados. Iba a contestar, pero se dio cuenta de que ya... no recordaba.

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   ¿Cómo explicarlo? Digamos que poseemos una consciencia superior y otra inferior. Ello no significa que una sea más capaz que la otra; es sólo que no interfieren entre si, de manera que quedan separados los recuerdos de cielo y tierra. Pero siempre permanece un rescoldo, más vivo éste cuanto más reciente es; tal y como ocurre en un sueño, que es en los breves instantes del despertar cuando aún podemos recrearlos. Luego se diluye y olvida una vez que vamos siendo conscientes del nuevo día. Así él, olvida en la medida que es consciente de su nueva vida.

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   <<¡Los acantilados de Étretat!>> exclama con la mirada, tras un esfuerzo por escrutar su memoria. <<¡Recuerdo los acantilados de Étretat!>>.

   Ha sido una imagen fugaz, y tan lívida como el celeste sendero que ellos dos transitan, pero un recuerdo al fin y al cabo. Ahora, los ojos de aquel extraño que no lo es tanto no sólo transmiten palabras, sino que expresan también un senti­miento: la añoranza de su vida pasada.

   Tiene constancia de que nació en algún lugar situado entre Le Treport y Le Havre, en la costa normanda, junto a...

   -. Los acantilados de Étretat -- repite Laura para si misma, esta vez sí con la voz. Se siente confundida. Ella, que lleva más tiempo en uso de su conciencia superior, no consigue rememorar de su pasada existencia. Pero las palabras comunica­das por el extraño que… se han revelado con poder invoca­torio sobre sus recuerdos

   <<Paredes blancas que frenan al mar. Arcos y puntas que surgen de las aguas...>>

   <<¡Has estado allí!>> interrumpe él, con penetrante mirada.

   <<No lo sé>> responde ella, apesadumbrada. <<Pero dime ¿cuándo estuvis­te? ¿En qué época te tocó vivir? Háblame de allí>>.

   (Un silencio visual)

   <<No puedo. No consigo recordar más>>.

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   Pudiera ser (sólo es una suposición) que aquel extraño que cada vez lo era menos, de haberse concentrado un poco más, hubiera finalmente llegado a saber.

   Saber que nació el veinticuatro de Febrero de mil ochocien­tos cuarenta y ocho; la misma noche en que el rey Luis-Felipe abdica y huye de las Tullerías a través de los Campos Eliseos, para refugiarse en Inglaterra.

   Saber, que no fue otro que el barco de su padre el que trasladó al depuesto monarca a través del canal. Y que esa misma goleta de dos palos fue su segundo hogar, por no decir el primero; pues él, siguiendo la arraigada tradición fami­liar, fue a veces pescador, otras comerciante... muchas con­trabandista entre las islas y el continente.

   Pero todo esto y lo que en su agitada vida aconteció, no significan ahora nada. Sólo una cosa sí hubiera sido importan­te ser recordada: saber... que ellos, Laura y el extraño que por eso no lo era tanto, se conocieron; allá, en los acanti­lados de Étretat.

sábado, 4 de junio de 2016

UNA ACTIVIDAD SOCIAL: THE PARTY

¿Alguna vez has contado un chiste, y nadie, nadie digo, se ha reído? A mí me ha ocurrido. Contar un chiste es algo muy, muy serio. Y hay que tener talento para ello.

Pues igual ocurre con una fiesta. Organizar una fiesta, una buena fiesta, requiere calma y sosiego.

Pero también arte y buen gusto, qué caramba.

 

La reunión que veis en este fantástico dibujo, es un ideal. En esta iconografía se resumen la música, la gente, situaciones, y, por supuesto, algunas de  las películas que describen las fiestas, que muchos de nosotros depositamos en nuestro imaginario. El autor de esta obra se llama Shag, pseudónimo artístico de Josh Agle. Un artista afincado en Palm Spring, California, del cual yo me considero acérrimo apóstol, y proselitista de su obra.

En mi casa cuelgan varias de sus pinturas, cada una de las cuales posee un color dominante: ésta en azules, otra con gama de rojos, ésa en verdes, y en aquélla los violetas. Cada una, cada pintura, es la promesa de los buenos momentos habidos, o que están por llegar.

Todos los años, sistemáticamente, organizo un par de fiestas en mi casa en pos de ese anhelo. Una, la fiesta Reyes, el siete de enero; y la otra por verano, cuando mi cumpleaños. Entre los invitados procuro siempre haya músicos que nos amenicen la velada. El grupo de amigos no debe ser escaso, pero tampoco excesivo; en perfecto balance. La bebida, variada y sin fin. Y en cada reunión la banda sonora ha de estar previa y cuidadosamente preparada. Serena al principio, en forma de coctel jazz (al estilo de Art Blakey o de Kenny Drew), también algo de electro bossanova (como Zuco 103 o Bebel Gilberto)…

Hasta que llega esa amiga de labios rojos que acaba de romper con el novio, y en vez de por una copa de vino, te pregunta que dónde está el vodka… Pues vale, ahí empieza la fiesta.


Las reuniones de Shag se sitúan en esas casas de los 50’ y 60’ que tantas veces hemos visto en el cine. ¿Recuerdas Con la Muerte en los Talones (North By Northwest), de Hitchcock? La escena final, en la casa en la que Eva Marie Sants trata de hacerse pasar por una de los malos: paredes pétreas, cristaleras enormes, sofás, chimeneas.

Simon & Garfunkel , en su álbum final, Bridge Over Troubled Water, cantan al arquitecto Frank Lloyd Wright, aquel que diseñó y construyó la casa de la cascada en el bosque, por cuyo interior trascurre un arroyo.

Y qué hay de aquella mansión, en la desternillante película de Blake Edwards: The Party (aquí en España conocida como El Guateque), con Peter Sellers interpretando a un patoso actor hindú que, por error, ¡trágico error! es invitado a una fiesta de la alta sociedad hollywoodiense.


Por cierto, de esta película, la banda sonora es para soltar todo y salir corriendo a comprarla. Toda ella esta compuesta por Henry Mancini, y cabe disfrutarla con las diferentes versiones del tema principal, The Party. O con esa preciosa canción, que, con una guitarra española en sus brazos, la actriz Claudine Longet, tímidamente, canta a los invitados (mientras Peter Sellers se retuerce como un niño, intentando aguantar sus terribles ganas de orinar). Estoy hablando de Nothing To Lose. Tanto la canción como la interpretación son una maravilla. Pero cuidado, en algunas ediciones de esta banda sonora no aparece el tema cantado por Claudine, sino otros dos cortes de a lo largo de la película.

Me voy a permitir el capricho de “linkear” la revisión que Wild Honey hizo de este tema; merece la pena que lo escuches (no son Mancini y Claudine, pero Guillermo y Anita lo interpretan fenomenal):


Puedes escuchar Nothing To Lose, por Wild Honey, en este Link:

Las pantallas del cine, o ahora las de la televisión, nos recuerdan que somos animales sociales que por doquier requieren juntarse y hacer fiestas. Que va en nuestros genes, vamos.

Si no, qué me decís del espectacular comienzo de la quinta temporada de Mad Men, cuando la novia de Don Draper, va, y por el cumpleaños de Don le prepara una fiesta sorpresa en su ático neoyorkino, (allí están todos los capullos de la oficina). Entonces, ella, haciéndose acompañar por una banda contratada para la fiesta, interpreta…


Si no has visto la serie, o acaso no recuerdas la escena de la que te hablo, te invito a ver el Zou Bisou Bisou pinchando aquí:


On l'en-tend part-out!

La escena final es hilarante: <<¿Y por qué tú no cantas como ella?>> <<¿Y tú por qué no eres tan guapo?>>.

Por cierto. La canción en cuestión, es original de una francesita ye-ye de los 60’, llamada Gillian Hills


Discurren las horas, las bebidas se apuran; y a la música ligera, se la comienza a no prestar atención. Una copa se vino se ha derramado sobre la tabla de surf, una 7’2’’ que se me había ocurrido habilitar como mesa supletoria para botellas. Los invitados más formales te agradecen la velada, y mentan eso de que ya son horas de volver a casa. Un beso, un apretón de manos, y hasta otra.

Nos quedamos, claro, los de siempre, los bandarras. Y la fiesta, como ocurre en todas ellas, va degenerando poco a poco. Cambia el tipo de música y se sube el volumen de las canciones. ¿Vecinos? ¿Qué vecinos? A la porra los vecinos. La compostura y buenas maneras han quedado suspendidas en algún lugar, entre el último vaso de whisky y el olvido.


Un clásico en nuestras reuniones es cuando mi amigo Peter entona su particular vocalización del One de U2. La resaca, al día siguiente, está asegurada. Lo peor de todo, es que siempre aparecen pruebas delatoras, para vergüenza y oprobio de los presentes, en forma de fotografías, videos, o incluso grabaciones sonoras. Pero lo dicho: el ser humano es un animal social, y requiere juntarse y divertirse. Porque con ello, qué demonios, somos un poco más felices.


Pequeños grandes placeres. A lo largo del día, allá donde quiera que me encuentre, voy siendo consciente de determinados actos que son semilla de una grata sensación. Son "pequeños grandes placeres" que, en su conjunto, pueden llegar a consti­tuir un "verdadero gran placer".

 ¿Soy acaso un hedonista? Eso dependerá del concepto que cada cual tengamos del placer. No me considero un discípulo de Aristipo de Cirenes, quien veía en el placer el bien supremo y objetivo de toda moral; pero sí lo valoro como un apoyo más en la escalada hacia la felicidad. A diferencia de la opinión general, yo no relego el vocablo "placer" a ideas tales como: sexo, vegetar o libertinaje, pues el "arte del goce" puede hallarse, incluso con mayor intensidad, en cosas aparentemente insípidas y cotidia­nas: tomarme una segunda taza de café, aquí otra vez, mientras observo el mar a través del ventanal (deci­didamente: soy cafeinómano); o la grata lectura de un libro al tiempo que escucho el correr de las notas de un piano. ¡Tantas cosas a las que sacar jugo! La clave consiste en ser conscien­te de esos instantes para, en el momento o con posterioridad, recrearse con ellos. Recuerdo que de pequeño, disfrutaba más ante la expectativa de entrar al cine que con la película instantes después; también estar postrado ante un regalo empaquetado y guardarme, durante escasos pero interminables segundos, de destrozar el envoltorio y desvelar su contenido.

No me cabe ninguna duda de que el verdadero secreto en el "arte de gozar" no es otro... que el deseo. Y es que no impor­ta el motivo del placer en si, sino la impaciencia que genera.

De niño también, tras dejar la bicicleta y, muerto de sed, ir a por un vaso de agua, no lo bebía de inmediato, sino que me quedaba con él en la mano: contemplándolo, mientras las acuciantes ganas de saciar mi sequedad iban aumentando hasta hacerse irresistibles. Entonces, lentamente iba aproximando el vaso a mis labios, permitiendo sólo que éstos se mojaran. Y, finalmente, bebía. Aseguro que nunca me supo mejor un simple vaso de agua.

E igual ocurre con un beso.

El placer del beso no está en darlo, tanto como en desear­lo.

  
Es obligado que me acuda a la memoria lo acontecido hace varios años, cuando todavía estábamos todos juntos, allí en Madrid, en el internado. Además, cómo iba a olvidarlo, siendo en aquella ocasión cuando conocí a la primera chica de la que tal vez pude realmente enamorarme.

Era viernes, y René se nos acercó acabada la última clase, armado con su siempre-eterna sonrisa.

 -. Amigos... -- nos dice, tomándonos a Míkel y a mí por los hombros --, ya tenemos fiesta para esta tarde.

 -. ¡Estupendo! --- exclama Art --. Nada como una buena juerga después de la semana de exámenes que llevamos. Pero, ¿quién es el idiota que ofrece su casa esta vez? por­que...

Porque la anterior reunión acabó como el rosario de la Aurora. Juntáronse allí más de medio centenar de personas, entre invitados y auto-convidados; y claro, la fiesta acabó como es habitual que finalicen todas ellas: a guantazo limpio. En consecuencia: muebles dañados, alfombras echadas a perder por la bebida derramada... en fin, toda una serie de calamidades con las que hubo de cargar aquel pardillo que montó la gran juerga en su propia casa. <<La última vez>>, se lamentaba después, sin molestarse lo más mínimo en contener las lágrimas, <<¡Mis padres me matan!>>. Por cierto, que yo también salí escaldado, pues, aunque permanecí como mero espectador de la trifulca, acabé recibiendo un botella­zo junto a mi ceja izquierda, lo que me produjo una pequeña pero san­grante brecha (que incrementaría las manchas de la alfombra). Ahí finalizó esa fiesta para mí.

 -. El primo de Gerardo ha tomado las llaves del despacho de su padre. Está de vacaciones. Pero ya nos han advertido: sólo conocidos suyos y nada de escándalos -- responde René, hacien­do un significativo gesto a Míkel. -- Y eso último va por ti, bala perdida.

Resultó que lo que en un principio se nos prometía como "la fiesta de todos los tiempos", no llegaba a más que a una tertulia victoriana: discreto el volumen de la música, relaja­do el tono de las conversaciones, poca concurrencia y muchas caras desconocidas, que, para colmo, se guarda­ban en reducidos y aislados corros. Cierto que la casa, situada en una señorial calle madrileña, no desentonaba con las estiradas poses de que hacían gala unos y otros. A pesar de habilitarse como despa­cho, resultaba una vivienda espaciosa y minuciosamente decora­da, hablando por si sola del clasicismo y buen gusto del tío de Gerardo. Quiero decir que para haberme fijado en tales detalles, debía, sin duda, estar empezando a aburrirme. Art, intencionadamente, bosteza; Míkel, desespera; René agarra una botella y comienza a llenar cuatro vasos largos.

Desisto seguir describiendo una situación tan carente de interés, tal y como lo era aquella reunión en esos precisos instantes, en los cuales abundaban los diálogos triviales, algunos cumplidos y sonrisas un tanto forzadas, hasta que... (primera copa): se elevan tanto el volumen de la música como el de las voces; los grupos se diseminan y se comienza a hablar de cualquier cosa con cualquier desconocido. (Segunda copa): primeras risas espontáneas. Significativo es, como a medida que se apuran las primeras bebidas, la digna compostura inicial se abandona en el perchero, junto al abrigo, y se destapa la naturalidad; he incluso, tras la segunda copa, el destape de la naturalidad da paso a un nudismo íntegro de nuestra persona­lidad. Se nos podría tachar de crápulas, pero ¡qué diablos! habíamos acabado los exámenes y lo único que nos apetecía aquella tarde era pasarlo bien. No debe sorprender pues, que aquellos quienes momentos antes, con afectación, discutían sobre "la flotación y estabilidad de la Libra Esterlina en el enclave europeo", sean los mismos que ahora comparten postura ante la "estabilidad y dinámica" del generoso y desvelador escote con que nos obsequiaba una tal Isabel.

En lo que a nosotros se refiere, también cedemos a la transfiguración, por lo que René hace rato que se esfumó con la peripuesta Isabel; Míkel y Arturo, sentados en el suelo con otras dos, ríen. Yo padezco de peor fortuna, pues se me cuelga un pelmazo que no cesa de aburrirme con su absurdo monólogo: <<..."oséase", que si tenemos en cuenta las horas-día y tam­bién los días-año que, por añadido, son las horas-año de luz solar en nuestro país... ¿qué iba diciendo?... ¡ah, sí! no cabría duda, y eso te lo digo yo, no cabría duda de la renta­bilidad asegurada a corto o tal vez medio plazo, invirtiendo en una serie de macroinstalaciones...>>. Una parrafada pastosa a la que yo respondía un mecánico <<sí, claro>>, a la vez que giraba la cabeza en busca de algún amigo o conocido que me asistiera y liberara. Pero nada. Y este tío erre que erre: <<...llegado el momento de no depender del petróleo y, por tanto, desligarnos de terceros países, "oséase"...>>.

Aburrido, apuro mi copa.


Ya fuera por la acuciante necesidad de desembarazarme de mi contertulio, o también (he de reconocerlo), por la desinhibi­ción que el whisky me generara, ocurrió lo que ocurrió.

 -. ...inherentes a la dificultad de almacenaje de los desechos radiacti­vos, por lo que es urgente y necesario ha­llar...

 -. Me vas a disculpar -- interrumpo -- pero es que justo en estos momentos acaba de llegar mi novia. "Encantado" de haber charlado contigo. -- Y tras lo dicho, le atizo una amistosa palmada en la espalda que le hace derramar la bebida sobre si.

 <<"Oséase", que ahí te quedas>> pensé irónicamente, mientras me alejaba de él , y me dirigía con paso decidido hacia la mesa de las bebidas; junto a ésta permanecía de pie una guapísima morena, a quien desde hacía tiempo contemplaba. Y una vez a su lado, la tomé por los hombros y, sin mediar palabra alguna, la besé.

Tras el beso, que no fue ni largo ni corto, ambos nos quedamos mirando; ella con los ojos abiertos como platos; yo en firme, esperando no sé si un grito, una bofetada, o tal vez que un gigantón surgiera a mi espalda y me aplastara el cráneo entonando un ¡qué haces con mi novia!. Pero nada de eso ocu­rrió. Sólo un terrible silencio. Tuve la sensación de que hasta la música y las conversaciones se interrumpieron.

 -. Esto... lo siento, -- dije finalmente, en la cúspide de la tensión -- me estaba aburriendo.

 Y ella, rompió a reír.

Quiero hacer hincapié en que este beso no supuso placer alguno, dado que el deseo no medio en ningún momento, sino que se originó como consecuencia de una situación disparatada y de la más absoluta espontaneidad. De haberlo pensado un instante, seguro que jamás me hubiera atrevido a tal cosa.

De todas formas, este beso, fue una batalla ganada, pues, para empezar, cambié el monólogo de mi anterior compañía por el diálogo con una nueva, que además, es indudable, resultó infinitamente más agradable y atractiva. Me dijo su nombre. Me contó que venía de Venezuela y que nunca hubiera imaginado "tan calurosa bienvenida" por parte de los españoles. Me habló de su país: de los llanos inundados, de selvas impenetrables, de sus hermosos pueblos y caóticas ciudades. Me relató las peripecias sufridas en su viaje a España, para visitar a la familia de su padre; y de los contratiempos que sufrieron cuando, nada más despegar, hubo de aterrizar el avión debido a "unos pequeños problemas mecánicos", (se incendió un motor). Yo también comente sobre... qué sé yo, pero sin duda que no tan interesante. Si bien por aquel entonces no era consciente de ello, en aquellos momentos se estaba dando uno de esos "pequeños grandes placeres" ya mencionados: el placer de una conversación.

 

El tiempo fluyó ligero, pues sólo nos abate con su carga en  los malos momentos; así pues, sin darnos cuenta, la reunión se había ido disolviendo y apenas quedaríamos una decena de personas. Rato hacía que me despedí con un lejano y distraído alzamiento de manos tanto de Art como de Míkel, (René desapa­reció sin más); y las estridentes canciones de Los Nikis habían dado paso a la más absoluta insonoridad, en clara alusión a que, los que aún quedábamos, tuviéramos a bien en marcharnos. Fuimos a por los abrigos. Anduvimos en silencio a través de un estrecho y largo pasillo, donde cada paso resona­ba en el entarimado. Entonces, ella, con premeditada coquete­ría, se apoyó en la pared y me dijo: <<Y ahora, ¿serías capaz de pedir prestado aquello que robaste?>>.

De insospechadas maneras nos comportamos en los momentos culmes; de lo contrario, todos viviríamos esclavos de los patrones establecidos. Y lo que en estos momentos hubiera sido menester: besarla de nuevo, "devolviendo lo usurpado", habría sido también ceñirse a la trivialidad y, en consecuencia, la escena no podría ser recordada de forma especial. Quisiera pensar que me vi impulsado por un halo de inspiración, más que por una remanente desinhi­bición etílica. El caso es que tras levantar durante algunos segundos la cabeza hacia (el cielo) el techo... comencé a recitar el mayor cúmulo de tonterías que jamás han salido de mis labios. De ningún modo pretendí la poesía, pues no la entiendo, no me gusta; mas aquella noche ella me quiso a mí. Pretender narrar ahora lo que ahí dijera, sería toda una muestra de mal gusto por mi parte; así que sólo decir que finalicé diciendo algo sobre el deseo pintado de carmesí, del rojo preámbulo de un beso, y de mí, avocado a arder en unos labios... en el fuego de su carmín... y que en ese justo momento, posé muy suavemente las yemas de mis dedos sobre su boca.

 <<He aquí el placer>>, me dije entonces y repito ahora.

 Y es que, qué grata sensación la de aquel instante, compar­tida por ambos, donde el beso, estoy seguro, no daba a lugar. De haber cedido a posar mis labios en vez de mis dedos, todo lo anterior pudiera entonces no ser otra cosa que un simple cortejo; y no habría logrado ser consciente de cuan importante es desear. Sería como abrir el regalo nada más recibirlo; beber y saciar mi sed apenas llenado el vaso. Besarla.

 -. Mmh... Socio honorífico del club de los cirenaicos -- susurro, despertando de los recuerdos.

 Desciendo los tres escalones que me dejan en el bajo "Yang" del salón y abandono la taza de café sobre la mesa de mármol verde y blanco que conforma el ajedrez. <<Jaque a la dama>>; nos vimos en posteriores días, pero la escena no se repitió (nunca segundas partes fueron buenas). Después, ella, volvió a Venezuela. Yo retorné a mis amigos.