sábado, 16 de abril de 2016


UN LIBRO: Filomeno A Mi Pesar (1988), de Gonzalo Torrente Ballester


¿No te ha pasado…? Que  acabas un libro, y te sientes vacío. Desasosegado porque has disfrutado tanto con esa lectura, que ahora no sabes qué coger. Entonces miras un montón de títulos, en los anaqueles de tu breve biblioteca, en los luminosos expositores de las tiendas, en la rancia biblioteca pública,… y nada, no hay nada que se vislumbre tan atractivo como justo eso en lo que has estado enfrascado durante un tiempo.

Al punto, que a medida que el libro en el que estabas atrapado se acercaba a sus últimos capítulos, relentizabas la lectura con tal de que la historia durara un poco más; unas horas, unos días... más.

En vano. Pues al final muere la última línea, y lo cierras. ¿Y qué voy a leer ahora! clamas. Cómo voy a encontrar unos personajes, una trama, unos lugares que me enganchen de esa manera.

Otros libros, en cambio, los acabo (a veces) por pura y malsana cabezonería. Mal hecho.

Hay una máxima, no recuerdo de quién, y me da pereza buscarla, que viene a decir eso de que un buen libro merece ser leído más de una vez, y uno malo siquiera merece una primera. (Abandónalo, rápido, me digo yo, no pierdas el tiempo).

Tengo una biblioteca en la que sólo almaceno aquellos que he leído y disfrutado en más de una ocasión. Los otros, los malos, yacen per sempre en lugares de raro acceso, como el trastero, los bajos de muebles arrinconados... O directamente en la casa de mis padres, no lo voy a negar.

Pero ya sabemos de la subjetividad de los gustos. Mas si estás en crisis, ¡y no sabes qué leer! tal vez  pueda hablarte de algunos de los títulos de mi biblioteca (de esos con los que he disfrutado en repetidas lecturas).

Una de esas obras, por empezar por una, es Filomeno a mi Pesar, de mi venerado Don Gonzalo Torrente Ballester.

Siempre he dicho que, cada vez que releo ese libro, (pecado venial en el que incido cada pocos años), ocurre que durante un tiempo hablo y escribo mejor. Lo malo, dicho sea todo, es que ese influjo dura escaso tiempo, y siempre acabo en mi natural estado de cafre intenso.

De lo primerito que llama la atención en esta novela es que ¡está todo seguido! ¡Apenas hay puntos y a parte! No hay diálogos con guiones, y las páginas tardan en girarse. Sin embargo, son tales las dotes narradoras de Torrente Ballester, que, sin darte cuenta, enseguida dejas de ver líneas, y vislumbras una historia. Y te empapas de su correcta dicción, al tiempo que te alineas con su personaje: Filomeno (ni más, ni menos). Filomeno Freijomil. O dicho de otro modo, con Ademar de Alemcastre, el señorito (descolocado) del que reniega en su interior el tal Filomeno.


A Torrente Ballester lo verás, en la mayoría de las fotografías presentes por doquier, ya entrado en años. Y casi siempre con unas gafas de culo de vaso tremendas (yo no he elegido una de esas). Y parece pues que va a hablarte con una entonación bulbosa y entrecortada, propia de la edad. Craso error. De eso me di cuenta hace escasos días (y mira que llevo leyéndole años, que no escuchándole).

Y es que hace poco recuperé el gusto por pasearme por Madrid; y, entre otra cosas, por recorrerme las tiendas de discos de coleccionista y segunda mano. La verdad es que hubo de ocurrirme una desgracia para acabar en ello. Me rompí el codo de mi brazo izquierdo. Cosas que pasan. Entonces, no me quedó más remedio que dejar el coche y empezar a desplazarme como los mortales: dos horas para ir a trabajar; dos horas en el camino de vuelta. Y es que claro, si me voy a vivir a donde da la vuelta el viento, así pasa.

Sin embargo, esta catástrofe se tornó en fortuna, pues redescubrí un montón de cosas que había ido abandonando con el paso de los años. Resulta que ahora tenía tiempo para leer, para escuchar música, o para incluso entretenerme en alguna tienda, mientras me desplazaba a diario. Antes, no. Antes hacía vida de “señorito descolocado”, en mi coche, camino del trabajo; y conduciendo de nuevo acabada la jornada. En la nueva situación, lo primero que me impactó, al viajar de nuevo en transporte público, fue el ver las caras de la gente. En serio. Caras diferentes. Caras nuevas cada día.

Pero ¿qué estaba contando? Ah, sí, lo de las tiendas de discos usados… El caso es que recobré también el gusto por buscar vinilos raros y estupendos. Como mi último hallazgo, nada menos que el Beach Boys Today de 1964 en su edición americana!

 

Así iba yo, tan contento, con el disco bajo el brazo, como quien luce un Rolex. Y no de otro modo, fue como esa misma tarde me topé con una colección de DVD’s con aquella serie de Los Gozos y las Sombras. (Esa, con Charo López, Eusebio Poncela y Carlos Larrañaga).

¡Los Gozos y las Sombras! La serie de Televisión Española, basada en la trilogía de Torrente Ballester. Libros que merecieron en mí más de una lectura, por supuesto. Pues bien, los seis DVD’s, además de la serie televisiva, contenían un montón de extras con reportajes acerca de la obra, y entrevistas varias con el autor.

Entonces fue que le oí. Y acto seguido le escuché. Ante mis ojos, (en una vergonzosa entrevista televisiva de Terenci Moix), don Gonzalo, con su rostro surco de arrugas, y un cuerpo empequeñecido en el plató, respondía a las tontunas del entrevistador con una voz firme y cálida, con una dicción elegante, y sobre todo con perspicacia. Me encantó. Tanto como leerlo.

Pero no todo el campo es orégano, como quién dice. Su novela, un tochazo, La Saga/Fuga de J.B. he procurado leérmela en más de una ocasión. Mira que lo he intentado. Pero en vano he avanzado unas decenas de páginas en cada embate. Se me atraganta la empanada de lamprea, don Gonzalo. Creo que el libro se halla ahora en el trastero, o puede que en los bajos de un mueble de caña, que hay en una habitación de mi casa. Qué le vamos a hacer.

Escucha la voz de Gonzalo Torrente Ballester… http://www.ivoox.com/en/10368335

Pertenece a un documental dirigido por uno de sus hijos. Y no deja de tener gracia, qué diablos, desde su misma presentación:

“Buenas tardes, señores y señoras. Me llamo Gonzalo Torrente Ballester. Nací el 13 de junio de 1910 en el valle de Serantes, al lado mismo de Ferrol, ciudad en la que viví bastantes años de mi vida y a la que debo las características que distinguen a los ferrolanos del resto de los gallegos y que pudiéramos resumir en dos notas, que me parecen fundamentales, que son la fantasía y la razón. Llevado de la fantasía, fui escritor; llevado de la razón, fui profesor. Como profesor, contaminé la razón de la fantasía; y, como escritor, contaminé la fantasía de la razón. Total, que me he formado un buen lío como profesor y como escritor.”

martes, 12 de abril de 2016

UN DISCO: Swing Out Sister – Somewhere Deep In The Night (2001)

















 
 
Recuerdo estar conduciendo, a través de los Picos de Europa, camino de Asturias, a veces con una tabla de surf al lado; en otras era una guapa chica quien ocupaba el asiento del copiloto.

El sonido alpino de Somewhere Deep In The Night me acompañó en esos viajes, durante un tiempo. Y cada vez que lo escucho de nuevo,  vislumbro con claridad los riscos, los valles; el conducir entre las montañas, siempre camino del mar.

Música que evoca entornos alpinos y nevados. Al comienzo de una de las canciones  se oye el tañir de la campana de la iglesia, de una aldea, entre las montañas (The Vital Thing).

Y luego, en la siguiente, Corinne te canta (te llora) eso de que, qué pedazo de tonto eres, por no quererla a ella (What Kind Of Fool Are You?)

La mano de Andy Connell resulta majestuosa en todo el disco, pero muy especialmente en un instrumental: Non E Vero Pero Ci Credo.

Y es que en este conjunto de canciones resuenan los ecos de Burt Bacharach, los ritmos brasileños. Sonidos de verjas que se chirrían. El placer de agarrar el volante mientras ves discurrir el paisaje (Touch Me Now).

Tiempo después, ya en pleno invierno, por la mañana, camino del trabajo, a veces escucho este disco. Y de inmediato me desplazo a un soleado día, a finales del verano, conduciendo entre montañas hacia el mar, con una sola tabla de surf al lado; en otros viajes es una guapa chica quien me acompaña.

Y ese día de invierno, seguro, empieza como un buen día.

 
















A este grupo lo descubrí mucho tiempo atrás. Fue un domingo de esos aburridos en Madrid, en que anochece pronto y tienes la sensación de que el fin de semana ya ha finalizado. Sin embargo, uno de mis amigos por ese entonces, nos animó a acompañarle a una fiesta, allá por donde el rastro, en el barrio de Lavapiés.

Era un edificio viejo, de paredes descorchadas por la humedad. Y la casa no tenía luz. Al entrar en la vivienda, estaba toda (igual de vieja) iluminada por velas insertas en botellas. El ambiente era calmo, la gente conversaba; y yo, al igual que los demás, me serví algo de beber, uniéndome a unas conversaciones que de ningún modo recuerdo (como tampoco soy capaz de poner hoy cara a nadie con quien hablara).

Lo que sí me quedó indeleble fue una canción, que reconocí como Breakout, de un por entonces nuevo grupo llamado Swing Out Sister. Y esa canción se convirtió en un archivo de memoria: de aquel lugar casi a oscuras, a la luz de las velas, mientras un grupo de adolescentes charlábamos, qué importa ya de qué.

Escucha el sonido de Andy Connell... https://soundcloud.com/aconnell/gstq