UN LIBRO:
Filomeno A Mi Pesar (1988), de Gonzalo Torrente Ballester
¿No te ha pasado…? Que acabas un libro, y te sientes vacío. Desasosegado
porque has disfrutado tanto con esa lectura, que ahora no sabes qué coger. Entonces
miras un montón de títulos, en los anaqueles de tu breve biblioteca, en los luminosos
expositores de las tiendas, en la rancia biblioteca pública,… y nada, no hay
nada que se vislumbre tan atractivo como justo eso en lo que has estado
enfrascado durante un tiempo.
Al punto, que a medida que el libro en el
que estabas atrapado se acercaba a sus últimos capítulos, relentizabas la
lectura con tal de que la historia durara un poco más; unas horas, unos días... más.
En vano. Pues al final muere la última
línea, y lo cierras. ¿Y qué voy a leer ahora! clamas. Cómo voy a encontrar unos
personajes, una trama, unos lugares que me enganchen de esa manera.
Otros libros, en cambio, los acabo (a
veces) por pura y malsana cabezonería. Mal hecho.
Hay una máxima, no recuerdo de quién, y me
da pereza buscarla, que viene a decir eso de que un buen libro merece ser leído más de una vez, y uno malo siquiera merece
una primera. (Abandónalo, rápido, me digo yo, no pierdas el tiempo).
Tengo una biblioteca en la que sólo
almaceno aquellos que he leído y disfrutado en más de una ocasión. Los otros, los
malos, yacen per sempre en lugares de
raro acceso, como el trastero, los bajos de muebles arrinconados... O
directamente en la casa de mis padres, no lo voy a negar.
Pero ya sabemos de la subjetividad de los
gustos. Mas si estás en crisis, ¡y no sabes qué leer! tal vez pueda hablarte de algunos de los títulos de mi
biblioteca (de esos con los que he disfrutado en repetidas lecturas).
Una de esas obras, por empezar por una,
es Filomeno a mi Pesar, de mi
venerado Don Gonzalo Torrente Ballester.
Siempre he dicho que, cada vez que releo
ese libro, (pecado venial en el que incido cada pocos años), ocurre que durante
un tiempo hablo y escribo mejor. Lo malo, dicho sea todo, es que ese influjo dura
escaso tiempo, y siempre acabo en mi natural estado de cafre intenso.
De lo primerito que llama la atención en
esta novela es que ¡está todo seguido! ¡Apenas hay puntos y a parte! No hay
diálogos con guiones, y las páginas tardan en girarse. Sin embargo, son tales
las dotes narradoras de Torrente Ballester, que, sin darte cuenta, enseguida
dejas de ver líneas, y vislumbras una historia. Y te empapas de su correcta
dicción, al tiempo que te alineas con su personaje: Filomeno (ni más, ni
menos). Filomeno Freijomil. O dicho de otro modo, con Ademar de Alemcastre, el
señorito (descolocado) del que reniega en su interior el tal Filomeno.
A Torrente Ballester lo verás, en la
mayoría de las fotografías presentes por doquier, ya entrado en años. Y casi
siempre con unas gafas de culo de vaso tremendas (yo no he elegido una de
esas). Y parece pues que va a hablarte con una entonación bulbosa y
entrecortada, propia de la edad. Craso error. De eso me di cuenta hace escasos días (y
mira que llevo leyéndole años, que no escuchándole).
Y es que hace poco recuperé el gusto por
pasearme por Madrid; y, entre otra cosas, por recorrerme las tiendas de discos de coleccionista y
segunda mano. La verdad es que hubo de ocurrirme una desgracia para acabar en
ello. Me rompí el codo de mi brazo izquierdo. Cosas que pasan. Entonces, no me quedó
más remedio que dejar el coche y empezar a desplazarme como los mortales: dos
horas para ir a trabajar; dos horas en el camino de vuelta. Y es que claro, si
me voy a vivir a donde da la vuelta el viento, así pasa.
Sin embargo, esta catástrofe se tornó en
fortuna, pues redescubrí un montón de cosas que había ido abandonando con el paso de los
años. Resulta que ahora tenía tiempo para leer, para escuchar música, o para incluso
entretenerme en alguna tienda, mientras me desplazaba a diario. Antes, no. Antes
hacía vida de “señorito descolocado”, en mi coche, camino del trabajo; y conduciendo
de nuevo acabada la jornada. En la nueva situación, lo primero que me impactó, al
viajar de nuevo en transporte público, fue el ver las caras de la gente. En serio. Caras
diferentes. Caras nuevas cada día.
Pero ¿qué estaba contando? Ah, sí, lo de
las tiendas de discos usados… El caso es que recobré también el gusto por buscar
vinilos raros y estupendos. Como mi último hallazgo, nada menos que el Beach Boys Today de 1964 en su edición
americana!
Así iba yo, tan contento, con el disco bajo el brazo, como quien
luce un Rolex. Y no de otro modo, fue como esa misma tarde me topé con una
colección de DVD’s con aquella serie de Los Gozos y las Sombras. (Esa, con
Charo López, Eusebio Poncela y Carlos Larrañaga).
¡Los Gozos y las Sombras! La serie de
Televisión Española, basada en la trilogía de Torrente Ballester. Libros que
merecieron en mí más de una lectura, por supuesto. Pues bien, los seis DVD’s,
además de la serie televisiva, contenían un montón de extras con reportajes
acerca de la obra, y entrevistas varias con el autor.
Entonces fue que le oí. Y acto seguido le
escuché. Ante mis ojos, (en una vergonzosa entrevista televisiva de Terenci
Moix), don Gonzalo, con su rostro surco de arrugas, y un cuerpo empequeñecido
en el plató, respondía a las tontunas del entrevistador con una voz firme y
cálida, con una dicción elegante, y sobre todo con perspicacia. Me encantó.
Tanto como leerlo.
Pero no todo el campo es orégano, como quién
dice. Su novela, un tochazo, La
Saga/Fuga de J.B. he procurado leérmela en más de una ocasión. Mira que lo
he intentado. Pero en vano he avanzado unas decenas de páginas en cada embate.
Se me atraganta la empanada de lamprea, don Gonzalo. Creo que el libro se halla
ahora en el trastero, o puede que en los bajos de un mueble de caña, que hay en una
habitación de mi casa. Qué le vamos a hacer.
Escucha la voz de Gonzalo Torrente Ballester… http://www.ivoox.com/en/10368335
Pertenece a un documental dirigido por uno
de sus hijos. Y no deja de tener gracia, qué diablos, desde su misma
presentación:
“Buenas
tardes, señores y señoras. Me llamo Gonzalo Torrente Ballester. Nací el 13 de
junio de 1910 en el valle de Serantes, al lado mismo de Ferrol, ciudad en la
que viví bastantes años de mi vida y a la que debo las características que
distinguen a los ferrolanos del resto de los gallegos y que pudiéramos resumir
en dos notas, que me parecen fundamentales, que son la fantasía y la razón.
Llevado de la fantasía, fui escritor; llevado de la razón, fui profesor. Como
profesor, contaminé la razón de la fantasía; y, como escritor, contaminé la
fantasía de la razón. Total, que me he formado un buen lío como profesor y como
escritor.”




